Volví al río después de tres años de rebeldía pesquera sin dar un cañazo al agua, cosa de desánimos, ausencias compadres y patadas en los ojos cada vez que me sitúo frente a viejos parajes hoy desfigurados hasta lo aberrante. Volví al Órbigo, vieja querencia, Carrizo por más seña, a toparme de nuevo con ese disloque del antiguo cauce de ancho soto muy pedrerón que tenía sauceda a maza y aliseda de grapar orillas, ese río convertido en un canal-canalón asfixiado por choperas masivas, obsesivas, invasivas, monocultivo a codazos con arímate pallá .
Me enredaron al efecto Pepepesca y Garnica, a quienes siempre hay que hacer caso. Buscaron tramo «sin muerte» para confirmar una vez más que las moscas del Manuscrito de Astorga siguen siendo irresistibles para estas truchas cinco siglos después de inventarse y describirlas un genial cura de olla, prebenda y caña (el montaje es lo que le ha descubierto al fin Pepepesca) .
Al viejo río le han robado la figura y la compostura que dibujaron los siglos. Escolleras y montoneras le atrincheran haciendo desfilar sus aguas a toda mecha. Adiós a sus mangas y cauces desdoblados, adiós islas, pozos, presas, puertos, charqueras, ranas, lamprehuelas, truchas, alisos, adiós.
Me siento mal en este río porque le recuerdo. Me ofende lo invasivo porque no era necesario. Me subleva ver un río expoliado porque en sus aguas no resiste ni una cuarta parte de la vida que lo habitó. Y me estomaga la mierda que le crece sobre sus pedreras antes rubias y hoy vestidas de papurrias y miasmas (hasta las aucas que antes eran melenas verdes se tapizan de porquería orgánica que las hace pardas).
En cuanto a pescar, apenas hubo movimiento, aunque las «moscas» confirmaron su ley. El sereno se presentó serenísimo y nublado de saltonas, pero nada, dos truchas despistadas, ningún arrebato, decepción. Además, cegadas sus orillas de maleza impropia, es difícil pescar si no es vadeando y rompiendo la paz de tablas y raseras. Malo. Menos mal que nos salvó el ojo y el día el truchón más bestial que vi jamás: ¿ocho, nueve kilos? Truchón vivo, claro. Está en la casa con pisci de una antigua alumna de Garnica. Ya te contaré. Merece. La trucha y el sitio.